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Una bomba nuclear en la mente
Cuando la señora Érika terminó la llamada con el profesor de álgebra de su hijo, guardó su celular, retornó a su realidad; por todos los pasajes en su mente había olvidado haberse ido a hablar al balcón del edificio escolar. Se quedó pensativa unos dos minutos, hasta se rascó los ojos al sentirlos llorosos por la faceta provocada a su bonito joven, a quien mantenía usando pañales como castigo. Lo bueno fue haber llegado a un buen acuerdo con el profesor Víctor Hugo. Seguido retornó con sus alumnos, observando que algunos ya habían acabado y le esperaban de pie al lado de su escritorio, con su examen en la mano hecho un rollo.
Horas después…
Las clases habían pasado para Gabriel. El joven se sintió como nunca en ese día, pudo convivir mejor con sus compañeros, levantarse después de cada clase para estirar bien su cuerpo, ir a las vendimias para comprar algunos dulces o simplemente ponerse a caminar para visualizar a las chicas bellas de todo el plantel escolar. Las dos veces que fue al baño para hacer pipí, le gustó poder hacerlo en el mingitorio de forma normal, ¡Uff! era un gran alivio liberar sus ganas como los jóvenes normales, pudo comprender que su madre podría ser menos severa con todo el suceso de su castigo si cooperaba bien, si se dejaba poner los pañales al salir y hacerse encima como los bebés.
Gabriel se quedó meditando esa idea mientras echaba sus cosas a la mochila, pensando avanzar con las tareas de resúmenes y ensayos cuando estuviera en el despacho de su madre.
Para ir con un poco de entretenimiento en camino a la universidad de labores de su madre, se puso a mandar mensajes a Fernando y a su olvidado amigo Fabricio, para saber sobre ellos y cómo les iba en sus vidas, sus escuelas, esperando lo que contaran fuera sorpresivo.
Poco después, Gabriel llegó a la universidad.
Ingresó como siempre, registrándose en la lista del policía; al pasar, fue por
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