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Diminutos progresos
Al día siguiente, a las 5:00 am, los despertadores de Gabriel y la señora Érika volvieron a sonar coordinados, anunciando que ya era hora de levantarse.
La señora Érika ya era una mujer disciplinada a estar de pie a esa hora, tanto haber sido estudiante como su precioso joven le habían hecho una dura rutina difícil de olvidar. Por lo que rápido se fue levantando, terminando de bostezar. Se fue hacia el baño para aliviarse de sus propias necesidades.
Gabriel se mantuvo con la vista puesta en uno de los paquetes de pañales que le hacían la vida imposible al llevarlos a la escuela. Justo ahí se acordó del día anterior, de todo lo que le pasó, principalmente haberse hecho popó en casa y mantenerse mostrando sus pompas sucias a su madre; sabía que ya estarían sucesos próximos en ese nuevo día.
Aún no tenía idea de cómo decirle a su madre que le habían citado en la escuela, pensar en eso le llegaban fríos a la piel. Se sentó en la cama, sintiendo el fresco de la mañana. La oscuridad aún reinaba en todas partes de la ciudad, las luces de las calles pronto dejarían de iluminar para darle el trabajo al sol. El bulto entre sus piernas le obligó a bajar la vista, sintiéndolo seco, tanto descanso no le había hecho orinar por la noche, pero al ir retomando la conciencia para ponerse de pie,
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