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Una tranquila continuación que se pone mal...
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abriel se mantuvo congelado por unos segundos mientras su madre se iba a preparar la comida para los dos. Aún no podía creer lo que le había pasado, le habían puesto pañales a los dieciséis años, como todo un bebé o un pequeño niño de unos cinco años con todas las vigilancias. En su interior afirmaba que no podía haber otra clase de humillación tan grande como esa, todo lo que era el secreto de su cuerpo se había perdido en cuestión de poco tiempo en lo que iba de esa tarde de primer día en un nuevo nivel escolar.
Para tratar de calmarse un poco, se fue a beber un poco de agua a la cocina. Lo hizo caminando con pasos rápidos en el interior de su casa, un modo de caminar distinto a otros días anteriores en los que lo hacía con pereza. En la cocina ya estaba su madre, sacando las verduras del refrigerador y poniendo las carnes que iba a freír en el sartén. Gabriel se sirvió su vaso con agua de forma rápida, sin mirar a los ojos a su madre. A pesar que habían estado muy juntitos en la ducha y en la colocación del pañal, el joven quería mantener su distancia lo mejor que se pudiera. Bebió dos vasos con agua fría. Lavó su vaso y se fue caminando. La señora Érika disfrutó ver de nuevo a su precioso joven con su pañal puesto bajo la ropa juvenil de todos los días, era algo tan raro y tan bonito para ella verlo así con ese bulto frontal y trasero. Jamás en su vida se había propuesto la idea de que los jóvenes como su hijo pudieran volver a usar pañales como los
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